La reunificación de los reinos de Castilla y León


En la entrada del blog dedicada a la sucesión de Alfonso VII expliqué cómo tras su muerte en 1157 el reino de Castilla pasó a manos de su hijo Sancho III, mientras León y Galicia eran para Fernando II. También trataba en esa entrada cómo en 1158 fallecía Sancho III y los problemas que tuvo que afrontar su hijo Alfonso VIII durante su minoría de edad.
Cuando alcanzó la mayoría y tomó posesión del trono, Alfonso VIII dedicó buena parte de los primeros años de reinado a recuperar las posesiones que Castilla había perdido en los años anteriores por su inestabilidad política. Esto se tradujo en frecuentes choques y escaramuzas entre los castellanos de Alfonso VIII y los leoneses de su tío Fernando II. El tratado de Medina de Rioseco, en 1181, puso fin al conflicto, con el acuerdo entre ambos monarcas de recuperar las fronteras entre los dos reinos establecidas por Alfonso VII. En 1183, por el tratado de Fresno-Lavandera se fijaron con más detalle las villas y lugares que pertenecían a uno y otro, pactando que al cabo de diez años podrían estudiarse reclamaciones al respecto, pero que ninguno de los dos reinos perturbaría la paz entre ellos. Podría parecer que Castilla y León seguirían caminos separados a partir de entonces.
Cuando en 1188 falleció Fernando II de León, su hijo Alfonso IX vio amenazado su trono por su hermanastro Sancho, hijo del segundo matrimonio de Fernando II, apoyado por la poderosa familia de su madre, Doña Urraca López de Haro, señores de Vizcaya. Alfonso IX tuvo que pedir el apoyo del rey de Castilla, quien se comprometió a ello en una ceremonia que tuvo lugar en Carrión de los Condes, donde el leonés terminó besando la mano del de Castilla, por el que se reconocía el vasallaje del reino de León sobre el de Castilla. Poco después se desentendería de este acuerdo y se aliaría con Portugal (llegó a casarse con la hija del rey portugués, Teresa) y Aragón en contra de Castilla, obligando a la mediación del legado pontificio.
Las avatares del reino de León y las dificultades de Alfonso IX para mantener su trono exceden del objeto de esta entrada, así como los del reino castellano y sus decisivas batallas contra los musulmanes, la derrota en Alarcos en 1195 y la victoria en las Navas de Tolosa en 1212. Para lo que aquí nos interesa, la reunificación de los reinos de Castilla y León, el acontecimiento fundamental tuvo lugar en el año 1197, cuando se acordó y se celebró el matrimonio del rey leonés con la hija del monarca castellano, Berenguela. El enlace contó con la oposición del papado, tanto de Celestino III como de Inocencio III, que se negaron a emitir la dispensa por consanguinidad e incluso excomulgaron a Alfonso IX. A pesar de ello, tanto Castilla como León mantuvieron sus compromisos derivados del matrimonio, oponiéndose a los mandatos de Roma.
Por su parte, Alfonso IX y Berenguela continuaron con su convivencia conyugal, hecho que resultaría clave para la futura reunificación de ambos reinos. En 1204, el papa Inocencio III disolvió el matrimonio, pero reconoció como legítimos a los cuatro hijos que la pareja había engendrado por entonces. Berenguela retornó a Castilla junto a sus vástagos.
En el año 1214 falleció el rey Alfonso VIII de Castilla, dejando como heredero a su hijo menor de edad Enrique I. El viejo rey había designado como regente del reino a su fiel esposa y madre del niño, Leonor Plantagenet. Pero Leonor falleció solo unos días después que su esposo, por lo que la regencia de Castilla recayó en la hermana mayor de Enrique I, la antigua esposa de Alfonso IX de León, Berenguela. Cuando el joven Enrique I falleció en un absurdo accidente en 1217, Berenguela renunció a la corona en favor del primogénito de los descendientes que había tenido con Alfonso IX de León, que subió al trono con el nombre de Fernando III. Su padre el rey leonés intentó brevemente hacer valer sus derechos al trono de Castilla, pero terminó renunciando en el Pacto de Toro en 1218.
En 1230 falleció Alfonso IX de León. La situación sucesoria no era sencilla; como se ha indicado más arriba, el rey leonés había casado en primer lugar con Teresa de Portugal y, aunque el matrimonio también había sido anulado, de ese compromiso habían nacido dos hijas, Sancha y Dulce, que podían esgrimir tan buen derecho al trono como su hermanastro Fernando III de Castilla. Se iniciaron negociaciones entre ambos bandos y finalmente, con la mediación de las reinas madres, se acordó que Sancha y Dulce renunciarían a la corona de León en favor de Fernando III a cambio de una cuantiosa indemnización. Se produjo así «la unificación definitiva de la meseta, con la confirmación de la hegemonía en ella del reino de Castilla» (García de Cortázar).
Fernando III inició, ya como rey de Castilla y León, un exitoso reinado en el que se produjeron hechos tan significativos como las conquistas de Córdoba (1236) y Sevilla (1248), se ganó el sobrenombre de el Santo y sería canonizado en 1671... pero esa es otra historia.
Imagen| Fernando III el Santo (Wikimedia commons)
Fuentes|Gonzalo Martínez Díez. Alfonso VIII de Castilla y Toledo (1158-1214)
                José Ignacio Ortega Cervigón. Breve historia de la Corona de Castilla

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